Veintiocho días para mi legalidad, para dejar de usar documento trucho cada salida, para sentirme más vieja que otros. Ya casi dieciocho años y me pongo a pensar que no es absolutamente nada, no significa nada. Voy perdiendo de a poco esa ingenuidad de ¿adolescente? que todos tuvimos para sentirnos más vivos, esa que se aferra a la idea de que somos inmortales, de que nada nos puede dejar una marca para siempre porque hay mucho tiempo en la vida para superarla. Pero, ¿y si en realidad no hay tiempo suficiente? ¿Quién garantiza que alguna vez cumplamos cada promesa que hacemos? Me di cuenta que no se puede hablar en futuro sin saber que se trata de una utopía hasta que se convierte en presente. Cada segundo que nos precede representa una utopía, algo irreal, algo que tal vez nunca vaya a suceder. Algo que en algún momento de nuestras vidas deja de suceder. Pero nadie sabe cuándo llegará ese momento, y en realidad nadie puede decir racionalmente "falta mucho", como yo muchas veces pensé.
Son falacias lindas de creer; todavía me apego mucho a ellas y espero seguir haciéndolo por muchos años más. Mamá me dijo que ese pensamiento se pierde cuando se es adulto, que llegada cierta edad uno ya es consciente de que la muerte no tiene preferencias de edad, sexo o clase social. ¿Será por eso que los adultos viven preocupados? Es un pensamiento que te baja de las nubes de una cachetada descomunal, que te da otro punto de vista de la realidad, que hasta tal vez cambie la forma de ser o los valores de una persona. Un pensamiento que por ahora no quiero padecer, pero es difícil evitarlo cuando la vida te da pruebas infalibles de su veracidad y no te queda otra que creerlo.
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