14 de febrero, San Valentín, día de los enamorados.
Definitivamente, no es mi mejor día. Milagrosamente tuve la fuerza de voluntad
para levantarme bien temprano, bañarme, y salir para el colegio a las siete y
media de la mañana, una completa locura después de la noche que tuve. Las
clases se pasaron más lento de lo normal, pero conseguí no dormirme sentada. Al
mediodía fuimos a comprar la comida a Checkers, un supermercado cerca de EF, y
comimos en el patio del colegio, donde hay mesitas y sillones al aire libre, es
muy lindo. Llegaron las colombianas y Silvia de Costa Rica con una rosa cada
una, y nos confesaron que se las regaló Gabriel, que las estaba vendiendo a
R10, pero porque justo le quedaban cuatro. Después llegó el ecuatoriano con el
que estuve con un chocolate en la mano, el cual me lo regaló a mí… El primer
regalo del día de San Valentín que recibo en mi vida. No sabía qué mierda
decirle además de agradecerle, soy muy tonta para este tipo de cosas, como que
no caigo. Después de almorzar, acompañamos a los chicos a llevarles un regalo a
una señora que no sé cómo carajo conocieron, pero la quieren mucho. Me quedé
con Carolina en el hall y nos pusimos a hablar de mi situación ‘amorosa’; me
dijo que no me tengo que enganchar porque no nos vamos a ver nunca más, y que
este loco está re enganchado, y que soy una boluda porque tendría que salir a
chaparme otros flacos porque estoy en Cape Town, y qué se yo cuántas cosas más.
Tiene toda la razón, esa era mi idea desde un principio, pero se fue todo a la
mierda. Igualmente ya ni sé qué prefiero, que sea lo que sea, que pase lo que
pase. Me dijo de salir hoy a la noche pero sin los chicos, sólo ella, Fer y yo,
para que me olvide un poco de todo este asunto. La idea me copó bastante así
que accedí; acordamos en que las pasara a buscar con Abe a su casa (son room
mates) a eso de las once de la noche, y que vayamos a la Long.
Carolina tenía que ir a retirar plata que le habían mandado
los padres, y fuimos a un lugar que está sobre la Long, una cuadra más adelante
del lugar donde yo cambié dólares. Acá fue donde ocurrió el segundo suceso
extraño del día: estuvimos como media hora para hacer el puto trámite porque el
celular de Caro se había quedado sin batería, y necesitaba unos datos que había
anotado ahí, así que tuve que ir a pedir al negocio de al lado si podíamos
cargarlo unos minutos. Cuando terminó todo el firulete, la mina que nos atendió
salió de la cabina con una canasta enorme en las manos y la felicitó a Caro por
ser la última clienta del día de San Valentín, además de sacarle una foto con
la canasta. Estaba llena de boludeces como maní, chocolates, caramelos,
barritas, golosinas, una gorra de Euro Change (el nombre del lugar) y hasta un
champagne. No podíamos tener tanto ojete. Salimos todos re chochos con canasta
en mano buscando un lugar donde sentarnos a dividir el regalo y a tomar algo.
Caro se quedó con la mayor parte, porque se lo había ganado ella, pero nos
quedamos con un buen puñado de golosinas cada uno.
Ya era tarde, y con Jesús y un árabe que estaba ahí con
nosotros decidimos tomarnos un taxi a Walmer, pero cuando me fui a subir, el
ecuatoriano me agarró el brazo, el forro de Jesús cerró la puerta y el taxi se
fue, dejándome ahí como una boluda. Unas ganas de ahorcarlos. De ahí fuimos a
la casa de Manuel, pero pasamos antes por la de Caro, para que deje la canasta
con las cosas que sobraron y para que agarrara la guitarra y tocar cuando
llegáramos. Eso hicimos, pero yo tenía la voz muy hecha mierda porque estaba
empezando a enfermarme y no canté mucho. Quisimos tomarnos el champagne que nos
habíamos ganado, pero cuando lo probamos llegamos a la conclusión de que era
sprite, definitivamente; o más asqueroso. Yo me tenía que ir rápido, así que
acompañamos a Ludwin a su casa, que estaba muy cerca de ahí, y Caro y yo lo
llamamos a Abe para volver a nuestras casas. Una vez en el taxi, le dijimos que
pensábamos salir, y que si podía pasar por mi casa a eso de las diez y media,
once. Así fue, y antes de ir a Bob’s, pasamos a buscar a Caro y a Fer por su
casa. Empezamos a tomar ahí, pero rápidamente decidimos ir a The Dubliner’s, y
por supuesto, seguimos tomando allá. Las tres ya estábamos medio mareadas
cuando de la nada nos hablaron dos flacos. Me preguntaron de dónde era, en
inglés, y para joder les contesté que de Cape Town; ’¡dale, boluda, si te
escuché hablando español!’, me respondió uno de ellos. ¡¡¡ERAN ARGENTINOS!!! Me
agarró una felicidad bastante estúpida, considerando que el alcohol ya estaba
haciendo efecto, y los abracé como si los conociera de toda la vida. Les pedí
que me hablaran porque necesitaba escuchar el acento argentino que tanto
extraño, así que ahí nomás me enteré que son de Quilmes, que estaban en
Sudáfrica para jugar rugby, y que a las dos y veinte tenían que ir saliendo
directamente para el aeropuerto porque ya se volvían. Fue tan lindo escuchar el
che, boludo, ponele, vos, pelotudo... Escuchar las puteadas creo que fue lo más
lindo. Afuera estaba este chico holandés del C1, Rick, y les dije a los chicos
que se quedaran con Fer y Caro, que yo ya volvía. Lo saludé y me quedé hablando
con él sobre Holanda, sobre que hay ciertos restaurantes en los que tienen una
carta especial para porros, y me dijo que es verdad, pero que él no tiene una
opinión muy buena sobre eso. A mí me parece copado. Estábamos muy adentrados en
la conversación, cuando vino Carolina para decirme que mire disimuladamente
hacia mi derecha. Yo y mi gran disimulación. Ahí lo vi con su room mate, un
japonés, y otro ecuatoriano que está en mi clase. Una noche que quiero salir
para estar con quien se me cante el orto sin que se corra la noticia por todo
el colegio, una noche que conozco dos argentinos que están más buenos que comer
pollo con la mano, ÉL tiene que estar ahí también. Me enojé tanto con la vida
de un segundo a otro que fui a saludarlo y le pregunté qué carajo hacía ahí,
fingiendo normalidad. Por suerte me
rescaté un poco y no hice notar mis intenciones de esa salida, pero seguramente
se habrá dado cuenta cuando le dije que me iba para adentro, y más tarde me vio
bailando con los argentinos y las chicas. No sé cómo pasó todo tan rápido, pero
en un momento estábamos uno de los argentinos y yo, y me dijo que le quedaban
sólo quince minutos. Yo creo que chapamos más de esos quince, y no sé por qué
mierda sorete estuve todo el puto tiempo pendiente de si el otro pasaba por
ahí. A mí me chupaba un huevo si me veían con otro, pero sé que mi amigo está
enganchado conmigo, y no quiero que se ponga mal por una idiotez. Al final, al
argentino lo tuvieron que llamar los amigos porque se tenían que ir, le pasé mi
celular, obviamente sólo por el ritual de intercambiar celulares o facebooks, y
se fueron todos los argentinos del boliche. Hasta nosotras nos fuimos, porque
ya nos estaba embolando The Dubliner’s y nos había dado hambre. Arrancamos para
el lado contrario a McDonalld’s y volvimos a Bob’s sólo para boludear un rato
más. Me puse a hablar con un sudafricano que estaba más bueno que la mierda, y
después de chapármelo, ahí sí fuimos para McDonalld’s a comer algo. Yo no tenía
hambre, pero del pedo me dieron ganas de pedirme una hamburguesa como las
demás. Ahí conocimos a otros dos flacos, uno de Israel que estaba bueno, al que
se me cantó preguntarle ¿SOS JUDÍO? Pelotudísima; y otro más viejo (o parecía,
porque tenía una buena pelada) que era de ahí según recuerdo. Cuando terminamos
de comer, nos invitaron a su departamento que quedaba no muy lejos de ahí, y aceptamos.
En mi puta vida me metería en el auto de un desconocido para ir a su casa, pero
eso fue lo que hicimos. Cuando llegamos nos ofrecieron whisky, pero no pensaba
tomar porque vomitaba todo ahí nomás. Aprovechamos para usar internet y
boludear mientras Fernanda se chapaba al israelí, y los tuvimos que interrumpir
porque como que ya nos teníamos que ir. Nos llevaron a la casa de ellas y me
quedé a dormir ahí hasta las ocho de la mañana, cuando llamé rápidamente a Abe
porque me tenía que preparar para Robben Island.
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