14.2.13

Día once


14 de febrero, San Valentín, día de los enamorados. Definitivamente, no es mi mejor día. Milagrosamente tuve la fuerza de voluntad para levantarme bien temprano, bañarme, y salir para el colegio a las siete y media de la mañana, una completa locura después de la noche que tuve. Las clases se pasaron más lento de lo normal, pero conseguí no dormirme sentada. Al mediodía fuimos a comprar la comida a Checkers, un supermercado cerca de EF, y comimos en el patio del colegio, donde hay mesitas y sillones al aire libre, es muy lindo. Llegaron las colombianas y Silvia de Costa Rica con una rosa cada una, y nos confesaron que se las regaló Gabriel, que las estaba vendiendo a R10, pero porque justo le quedaban cuatro. Después llegó el ecuatoriano con el que estuve con un chocolate en la mano, el cual me lo regaló a mí… El primer regalo del día de San Valentín que recibo en mi vida. No sabía qué mierda decirle además de agradecerle, soy muy tonta para este tipo de cosas, como que no caigo. Después de almorzar, acompañamos a los chicos a llevarles un regalo a una señora que no sé cómo carajo conocieron, pero la quieren mucho. Me quedé con Carolina en el hall y nos pusimos a hablar de mi situación ‘amorosa’; me dijo que no me tengo que enganchar porque no nos vamos a ver nunca más, y que este loco está re enganchado, y que soy una boluda porque tendría que salir a chaparme otros flacos porque estoy en Cape Town, y qué se yo cuántas cosas más. Tiene toda la razón, esa era mi idea desde un principio, pero se fue todo a la mierda. Igualmente ya ni sé qué prefiero, que sea lo que sea, que pase lo que pase. Me dijo de salir hoy a la noche pero sin los chicos, sólo ella, Fer y yo, para que me olvide un poco de todo este asunto. La idea me copó bastante así que accedí; acordamos en que las pasara a buscar con Abe a su casa (son room mates) a eso de las once de la noche, y que vayamos a la Long.
Carolina tenía que ir a retirar plata que le habían mandado los padres, y fuimos a un lugar que está sobre la Long, una cuadra más adelante del lugar donde yo cambié dólares. Acá fue donde ocurrió el segundo suceso extraño del día: estuvimos como media hora para hacer el puto trámite porque el celular de Caro se había quedado sin batería, y necesitaba unos datos que había anotado ahí, así que tuve que ir a pedir al negocio de al lado si podíamos cargarlo unos minutos. Cuando terminó todo el firulete, la mina que nos atendió salió de la cabina con una canasta enorme en las manos y la felicitó a Caro por ser la última clienta del día de San Valentín, además de sacarle una foto con la canasta. Estaba llena de boludeces como maní, chocolates, caramelos, barritas, golosinas, una gorra de Euro Change (el nombre del lugar) y hasta un champagne. No podíamos tener tanto ojete. Salimos todos re chochos con canasta en mano buscando un lugar donde sentarnos a dividir el regalo y a tomar algo. Caro se quedó con la mayor parte, porque se lo había ganado ella, pero nos quedamos con un buen puñado de golosinas cada uno.
Ya era tarde, y con Jesús y un árabe que estaba ahí con nosotros decidimos tomarnos un taxi a Walmer, pero cuando me fui a subir, el ecuatoriano me agarró el brazo, el forro de Jesús cerró la puerta y el taxi se fue, dejándome ahí como una boluda. Unas ganas de ahorcarlos. De ahí fuimos a la casa de Manuel, pero pasamos antes por la de Caro, para que deje la canasta con las cosas que sobraron y para que agarrara la guitarra y tocar cuando llegáramos. Eso hicimos, pero yo tenía la voz muy hecha mierda porque estaba empezando a enfermarme y no canté mucho. Quisimos tomarnos el champagne que nos habíamos ganado, pero cuando lo probamos llegamos a la conclusión de que era sprite, definitivamente; o más asqueroso. Yo me tenía que ir rápido, así que acompañamos a Ludwin a su casa, que estaba muy cerca de ahí, y Caro y yo lo llamamos a Abe para volver a nuestras casas. Una vez en el taxi, le dijimos que pensábamos salir, y que si podía pasar por mi casa a eso de las diez y media, once. Así fue, y antes de ir a Bob’s, pasamos a buscar a Caro y a Fer por su casa. Empezamos a tomar ahí, pero rápidamente decidimos ir a The Dubliner’s, y por supuesto, seguimos tomando allá. Las tres ya estábamos medio mareadas cuando de la nada nos hablaron dos flacos. Me preguntaron de dónde era, en inglés, y para joder les contesté que de Cape Town; ’¡dale, boluda, si te escuché hablando español!’, me respondió uno de ellos. ¡¡¡ERAN ARGENTINOS!!! Me agarró una felicidad bastante estúpida, considerando que el alcohol ya estaba haciendo efecto, y los abracé como si los conociera de toda la vida. Les pedí que me hablaran porque necesitaba escuchar el acento argentino que tanto extraño, así que ahí nomás me enteré que son de Quilmes, que estaban en Sudáfrica para jugar rugby, y que a las dos y veinte tenían que ir saliendo directamente para el aeropuerto porque ya se volvían. Fue tan lindo escuchar el che, boludo, ponele, vos, pelotudo... Escuchar las puteadas creo que fue lo más lindo. Afuera estaba este chico holandés del C1, Rick, y les dije a los chicos que se quedaran con Fer y Caro, que yo ya volvía. Lo saludé y me quedé hablando con él sobre Holanda, sobre que hay ciertos restaurantes en los que tienen una carta especial para porros, y me dijo que es verdad, pero que él no tiene una opinión muy buena sobre eso. A mí me parece copado. Estábamos muy adentrados en la conversación, cuando vino Carolina para decirme que mire disimuladamente hacia mi derecha. Yo y mi gran disimulación. Ahí lo vi con su room mate, un japonés, y otro ecuatoriano que está en mi clase. Una noche que quiero salir para estar con quien se me cante el orto sin que se corra la noticia por todo el colegio, una noche que conozco dos argentinos que están más buenos que comer pollo con la mano, ÉL tiene que estar ahí también. Me enojé tanto con la vida de un segundo a otro que fui a saludarlo y le pregunté qué carajo hacía ahí, fingiendo  normalidad. Por suerte me rescaté un poco y no hice notar mis intenciones de esa salida, pero seguramente se habrá dado cuenta cuando le dije que me iba para adentro, y más tarde me vio bailando con los argentinos y las chicas. No sé cómo pasó todo tan rápido, pero en un momento estábamos uno de los argentinos y yo, y me dijo que le quedaban sólo quince minutos. Yo creo que chapamos más de esos quince, y no sé por qué mierda sorete estuve todo el puto tiempo pendiente de si el otro pasaba por ahí. A mí me chupaba un huevo si me veían con otro, pero sé que mi amigo está enganchado conmigo, y no quiero que se ponga mal por una idiotez. Al final, al argentino lo tuvieron que llamar los amigos porque se tenían que ir, le pasé mi celular, obviamente sólo por el ritual de intercambiar celulares o facebooks, y se fueron todos los argentinos del boliche. Hasta nosotras nos fuimos, porque ya nos estaba embolando The Dubliner’s y nos había dado hambre. Arrancamos para el lado contrario a McDonalld’s y volvimos a Bob’s sólo para boludear un rato más. Me puse a hablar con un sudafricano que estaba más bueno que la mierda, y después de chapármelo, ahí sí fuimos para McDonalld’s a comer algo. Yo no tenía hambre, pero del pedo me dieron ganas de pedirme una hamburguesa como las demás. Ahí conocimos a otros dos flacos, uno de Israel que estaba bueno, al que se me cantó preguntarle ¿SOS JUDÍO? Pelotudísima; y otro más viejo (o parecía, porque tenía una buena pelada) que era de ahí según recuerdo. Cuando terminamos de comer, nos invitaron a su departamento que quedaba no muy lejos de ahí, y aceptamos. En mi puta vida me metería en el auto de un desconocido para ir a su casa, pero eso fue lo que hicimos. Cuando llegamos nos ofrecieron whisky, pero no pensaba tomar porque vomitaba todo ahí nomás. Aprovechamos para usar internet y boludear mientras Fernanda se chapaba al israelí, y los tuvimos que interrumpir porque como que ya nos teníamos que ir. Nos llevaron a la casa de ellas y me quedé a dormir ahí hasta las ocho de la mañana, cuando llamé rápidamente a Abe porque me tenía que preparar para Robben Island.

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