A la mañana me levanté con ganas de desayunar. Me encanta la
comida de la casa, así que además del mate y los fideos con pesto, no extraño
mucho la cultura culinaria de Argentina. En la cocina me topé con Jésica, la
nueva, y me dijo que no sabía ni una palabra en inglés, y que hace quince años
que vive en Chile. Bárbaro, creo que entiendo más el inglés que el chileno. Nos
subimos al taxi de Abe a las siete y media, y cuando llegué al colegio me
dieron ganas de pegarme un tiro porque recién empezaba las clases after lunch, o sea a la una y veinte. Se
supone que todas las semanas te cambian la schedule,
pero no pensé que los horarios quedaban igual, así que nuevamente tengo clases
a la mañana los martes y jueves. Me quedé boludeando en una de las computadoras
del colegio, porque a la verga de mi netbook no le llega el wi-fi del lounge, hasta que
llegó Carolina y nos quedamos hablando toda la mañana. Ella también notó que ni
nos miramos ayer con este chico, y me dijo que es obvio que le da vergüenza porque
es un boludo y porque estábamos todos ahí, pero que le gusto en serio, y que en
la welcome le había pedido que nos haga gancho. Re loco. A Caro la conozco
desde hace poco pero confío plenamente en ella, es una grosa, imposible no
cagarse de risa con ella. Lo que me dijo me subió bastante el ánimo, y el resto
del día fue muy bueno. Fuimos a una clase súper aburrida sobre unos bomberos que
hablaban sobre su trabajo, y después a una con Dani, una profesora del nivel C,
ya que ahora estoy en el advanced… No
es tan difícil como pensaba, entiendo todo pero el tema es una mierda andante: politics. No entiendo nada de política
en español, imagínense en inglés.
Terminé las clases a las cuatro y diez de la tarde, me
encontré con los chicos en el lounge
y me acompañaron a Long st para cambiar dólares, porque estaba ‘chira’ (pobre,
en ecuatoriano) desde el viernes, por lo que me estuvieron pagando el taxi y el
alcohol todo el fin de semana. Por quedarnos boludeando en el colegio, llegamos
después de las cinco al banco, y todos los lugares de cambio cierran a esa hora,
así que voy a tener que ir mañana, verga. Como estábamos al pedo y no teníamos
ganas de volver al colegio o a nuestras casas, nos sentamos en un resto bar y
nos pedimos unas pizzas. Esta vez él no estaba cortado, hablamos bastante, y
hasta cuando Caro sacó el tema admitimos no tener vergüenza y hablarnos sin
ningún problema. Me volví en un taxi con Jesús, como siempre, y cuando llegamos
me fui a su casa porque me pidió “que le ayude con la tarea”. Ya no soy tan
pelotuda en esto, ya sabía que se me iba a tirar otra vez, pero no podía
decirle “no, mirá, me voy a mi casa porque no quiero chapar con vos, que te
quede claro”. Me enseñó cómo fumar, porque entre nosotros decimos que nos
tenemos que juntar algún día a fumar marihuana, y cómo no sé ni fumar un pucho
todos me hacen ‘practicar’, y me siento lo más inútil del mundo porque nunca
voy a entender cómo verga retener el aire, así que los mando a la mierda cada
vez que me dan un cigarrillo. Puta madre, acá no hay una persona que no fume,
ni una, por lo menos en mi grupo de amigos. Lo más gracioso es que acá en
Sudáfrica cualquiera vende marihuana, hasta Abe, que ya me ofreció; es ilegal,
pero se consigue muy fácil. En fin, después de ayudarlo en serio con una tarea
que tenía que hacer, me fui para casa y supongo que así terminó mi octavo día.
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