Me despedí rápido de mi familia para no amargar la
situación, pero igualmente sentí ese vacío existencial tan característico de
las despedidas cuando me estaba embarcando. Sola. Por primera vez sola en un
aeropuerto, en un avión. La fila en control migratorio fue eterna, hasta que
por fin nos subimos al avión, donde intercambié mis primeras palabras en inglés
en el día. Las azafatas eran unas negras divinas re buena onda; la comida era
bastante rica; cada asiento tenía un televisorcito donde podías ver películas,
escuchar música, ver documentales, etc; y lo más importante de todo: apenas
hubo turbulencia. Antes de viajar, cuando hice el check-in, me aseguré de
elegir un asiento al lado de la ventana, así que lo aproveché bien; vi el
amanecer (porque no pude dormir en todo el viaje) y el paisaje africano antes
de llegar al aeropuerto de Johannesburgo. Es hermoso, está comprendido por
montañas no muy altas, y campos que desde arriba se ven como muchos círculos.
Cuando llegué fue un desastre. No sabía a dónde concha ir, yo
sólo seguía a la gente, pero corría es riesgo de que no tuviera que seguir el
mismo camino de la gente. Una señora me interrogó después de hacer una fila
interminable, y le dije que venía a estudiar inglés durante un mes, mientras le
mostraba mis papeles. No creo que le importase mucho porque me dejó pasar así
nomás. Buscar mi valija y embarcarme de nuevo fue una odisea. Tenía que ir a la
plataforma 7, que era la única alejada de las demás. Pregunté todo, en inglés
obviamente, ya me encontraba en suelo africano. No sé cómo mierda hice para
despachar la valija después de retirarla, les habré preguntado a cincuenta
personas diferentes dónde carajo estaba el lugar para despachar. Por suerte, un
pasajero notó mi obvia cara de perdida o retrasada mental, y me ayudó a
encontrar el lugar para embarcar; él tenía que tomar el siguiente vuelo a
Ciudad del Cabo, así que me quedé sola otra vez. El viaje fue corto, pero
llegué media hora tarde porque se tardaron en despegar. En ese momento fue
cuando sentí más nervios hasta el momento; tenía que buscar mi valija, y más
adelante, a un tipo con un cartel de EF. ¿Qué le iba a decir? ¿Cómo lo iba a
saludar? Shit shit shit. Al final no hubo ningún problema (obvio, yo soy la que
me hago la cabeza) porque lo encontré, nos dimos la mano (debe ser la primera
vez que saludo así) y me llevó hasta la casa de mi nueva familia en un lujoso
BMW.
A la mierda las expectativas, nunca le pego. Cuando llegué,
me abrió la puerta la hija de mi nueva mamá, Basheera, que debe tener unos
veintipico para treinta. Es la persona más loca del mundo, habla todo el
tiempo, y te hace cagar de risa; a nadie le puede caer mal Bash. Me mostró la
casa, es muy grande y con muchas habitaciones, perfecta para hospedar gente.
Después saludé a Jerry, un chico de Austria que está en la casa desde
septiembre y se vuelve este sábado. Ahí conocí a Radia, mi mamá por un mes; me
saludó con un abrazo, lo que me hizo sentir como en casa, porque no tenía ni
idea de cómo se saluda la gente acá. Es re buena persona, siempre está haciendo
cosas por nosotros y nos ofrece de todo. Ellas viven en Ciudad del Cabo hace
como más de siete años, pero son de Durban, otra ciudad de Sudáfrica, y tienen descendencia india. Después de sacar todas las cosas de
la valija y acomodarlas, conocí a tres colombianas de mi edad: Ellie, Ángela y
Gigi; a mi room mate, Ariane, de Bélgica; a Madjit, de Arabia; y a Hatim, de
Sudán.
Fue una locura ver tantos pibes en una sola casa, todos en
la misma situación; sinceramente no me lo esperaba, pero creo que lo prefiero
así porque me siento más contenida, no sé. Son todos re buena onda, es fácil
llevarse bien con ellos. Fue un día movidito y parecía que hacía meses que no
dormía, el avión te deja hecho pelota, así que me fui a la cama bien temprano
después de comer, y nerviosa por mi primer día de clases.
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