10.12.12

Las lágrimas nacen en Grecia

Ayer vinieron amigos de mi vieja a casa para festejar Navidad y fin de año bastante adelantados, pero como después no podían juntarse, tenía que ser ayer. Amo tener la casa llena de gente, sea quien sea, me da felicidad; y los colegas de mi mamá me caen re bien, me cago de risa. Una psicóloga bastante joven (son todos psicólogos o psiquiatras) me contó que hace surf, pero que tiene que ir a la costa casi todos los fines de semana del año. Me dio esperanzas que me contara eso, siempre me interesó el surf, y uno de mis mayores sueños es estar en 'el tubo' y todo, pero me parecía imposible por el simple hecho de que estoy muy lejos de vivir en un lugar con playa; ni siquiera sabía que se podía surfear en Mar del Plata, pero tampoco tengo la posibilidad de viajar ahí muy seguido. Voy a empezar con Ciudad del Cabo, voy a tomar clases ahí y espero que me guste tanto como lo espero. Lara, la amiga de mi mamá, me dijo que es una experiencia increíble, y que si me gustaba el mar, el surf me iba a encantar. Además me dijo que los surfistas son re ecológicos, porque le conté que yo también lo soy bastante. Objetivo futuro: vivir en un lugar con playa.


Hacía banda que no soñaba así... Y todavía me acuerdo cada detalle. Estábamos en el colegio, y unas viejas como que nos controlaban con todo y nos teníamos que portar bien, así que nos encerraban en las aulas. Pero después vinieron unos chabones que estaban re buenos (ni sé quiénes eran), nos sacaron y nos ayudaron a combatir a las viejas. Yo estaba con unas chicas de tercera con las que ni si quiera me llevo, y nos teníamos que hacer pasar por nenas de tres años, así que recorrimos todo el colegio torpemente en cuclillas y diciendo boludeces. En eso llegamos al segundo piso del colegio y agarramos para la derecha, para las aulas de lengua, y como las viejas ya no nos miraban, seguimos caminando normal con los chicos. En ese momento aparece Solomín, mi profesor de Derecho, todo arrugado y viejo, y tirado en el piso mendigando con un bebé en brazos; estaba boludeando con mis muletas (yo a todo esto caminaba bárbaro, pero sentía que me había pasado algo en la rodilla) así que se las pedí, y me pidió mil disculpas desesperadamente, por lo que le dije que estaba todo bien y me fui de ahí con muletas. Lo peor de todo fue que el sueño era tan real, que cuando me desperté pensé que ya podía caminar, pero por suerte caí en la cuenta rápidamente de que todavía me queda como un mes de reposo y no me largué a apoyar la pierna cuando bajé de la cama. Qué tristeza.

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